Biografía de Don Rafael Nájera Rodríguez
El coronel don Rafael Nájera es capitalino. Nació en el hogar de don José Epitacio Nájera y de su esposa doña Atanasia Rodríguez de Nájera, el 24 de octubre de 1840 y, cuando no había cumplido siete años, el autor de sus días salió gravemente herido en la batalla de Padierna, ocurrida en contra de los invasores norteamericanos que mandaba el general Winfild Scott, el 20 de agosto de 1847. Era don José Epitacio sargento primero abanderado del cuerpo de guardias nacionales "Miguel Hidalgo" y, al ser flanqueadas las tropas nacionales por el enemigo, quedó moribundo en el campo que abandonaron sus compañeros de trinchera y vivió en lamentable estado un año más, hasta exhalar el último suspiro víctima de sus heridas no cicatrizadas.
La viuda y sus dos hijitos quedaron en el mayor desamparo. Rafael era el mayor y su empeño por aprender y trabajar le hizo leer de corrido y escribir y hacer cuentas antes de los diez años de edad.
Armado de valor y bien aconsejado por doña Atanasia, pidió trabajo en la librería de don Manuel Munguía y, al obtenerlo, pronto se hizo popular con el tratamiento de "El Chamaco Nájera", con el cual le conocía toda la parroquia de tan popular establecimiento editorial.
La simpatía que despertó aquel trabajador de diez años, hizo que unos meses más tarde lograra que también su hermano menor entrara a la librería y, con el sueldo de que ambos gozaban, pudieron dar a la autora de sus días una esperanza de vivir con menos escasez y apuros.
Rafael se encontró un día con un hombre generoso, el licenciado Guillermo Valle, que le ofreció su protección y, con su responsiva, le abrió las puertas del Seminario Conciliar de la ciudad de México, en donde el pequeño logró estudiar latinidad y a base de constancia y empeño, ganarse las simpatías de los maestros y salir aprobado en mínimos y menores y pasar al siguiente año a al cátedra del Dr. José María de Jesús Diez de Sollano, a la postre cura párroco del Sagrario Metropolitano de México, miembro de la junta de Notables (1863) y Obispo de León.
Con la simpatía que despertó en este personaje de tanta influencia entre la intelectualidad capitalina, "El Chamaco" ingresó a San Ildefonso. En el día estudiaba y en la tarde y en la noche se ganaba el jornal, de día en día mejor en la Librería de Munguía, ya que de acomodador de libros pasó a doblador y a encuadernador de tomos a la rústica y de tomos en serie y empastados en tela y en piel. Su hermano seguía a su lado, asociado a las tareas de la encuadernación.
Cuando el "Plan de Ayutla" triunfó y la asamblea de Cuernavaca elevó a la Presidencia del País al general don Juan Álvarez, Rafael Nájera tenía quince años y sintió, como su padre, el ansia de servir a México en las guardias nacionales. Decidió inscribirse en el Batallón "Ocampo" y fue recibido en calidad de alférez. Pronto fue el sub-ayudante de la corporación.
El 17 de diciembre de 1857, cuando el Presidente Comonfort dio el "golpe de estado", le tocó en suerte estar muy cerca del general don Santos Degollado y abandonó en su compañía la capital del país; en ruta a Querétaro hubo una escaramuza en la que salió herido y quedó en calidad de disperso; se escondió en su casa de México y esperó la oportunidad de escapar y unise a las tropas del general Aureliano Rivera que, operando en el Ajusco y en las inmediaciones de la capital, le ascendió a teniente y luego a capitán, grado que lucía en los días de la jornada de San Miguel de Calpulapan, que le dieron el trinfo al partido liberal el 22 de diciembre de 1860.
Al establecerse en México el gobierno del Presidente Juárez, pidió su retiro del ejército a fin de colaborar como oficinista pero, no bien se había encarrilado, la amenaza de la intervención francesa (1862) le hizo rectificar sus propósitos y sentó nuevamente plaza, como capitán, en las fuerzas del Estado de Guerrero que estaban al mando directo del general Vicente Jiménez.
Luchó con la espada y luchó también con la pluma; su estro se presentaba con sonoridades épicas y su patriotismo le marcaba un firme camino, el de pedir a los mexicanos que no desmayaran en la lucha a la que se nos llamaba en defensa de la República y en contra de un imperio espureo, con monarca importado y obediente a los dictados del audaz Napoleón III.
En México, en Acapulco, en Oaxaca, se conocieron las producciones en prosa y en verso de Rafael Nájera. Con Vicente Jiménez pasó a formar parte del cuerpo del ejército de Oriente que comandaba el general Porfirio Díaz y, al rendirse la ciudad de México a las tropas republicanas el 20 de junio de 1867, ostentaba Nájera las dos espiguillas y la cinta del grado de comandante.
Su afición a lo administrativo le hizo separarse por segunda ocasión de la vida del cuartel y, tras solicitar empleo en el Ministerio de Hacienda se captó pronto las simpatías de sus jefes y fue designado "vista" de la aduana marítima y fronteriza de la H. Matamoros, Tamaulipas, cargo que desempeñó en el bienio de 1868-1870. Su acuciosidad logró que fuera propuesto para cubrir el empleo de Jefe de la Sección Aduanal que se estableció en Mier, Tamaulipas y en ese empleo le hallamos en 1876, al triunfo de su antiguo general don Porfirio Díaz, que asumió al siguiente año la Presidencia de la República.
Su honradez y competencia lo llevaron a la administración de algunas aduanas fronterizas y para 1880 era titular de la de Piedras Negras, Coahuila, cargo del que ascendió tres años después a Visitador General de Aduanas de la Zona Norte del País. Un año después lograba desempeñar en el puerto de Acapulco la Administración de Correos.
El comandante Nájera había iniciado en el Estado de Guerrero trabajos masónicos y en 1885 el general de división don Francisco O. Arce, maestro de grados filosóficos que desempeñaba el gobierno de esa entidad suriana, le pidió reingresara a las filas y le prestara su concurso en los trabajos masónicos y en la pacificación del Estado en donde algunos malvivientes tenian intranquilizada la zona de Teloapan. Nájera aceptó ambas comisiones y pronto, al pacificar la zona en alarma, se ganó el asenso a teniente coronel de caballería y ocho años más tarde, en 1893, ya en la capital de la República, el inmediato de coronel de la propia arma.
Las musas irrumpen seriamente en la vida de tan infatigable luchador y la polémica y la observación irónica le hacen pedir su baja y entregarse de lleno al periodismo, para lo cual tenía dos tribunas: El Diario del Hogar y El Hijo del Ahuizote, en donde escribió constantemente, popularizando una cartilla de "Doctrina Masónica" que le dio renombre y un tomo de narraciones que publicó con el título de "Tradiciones y Leyendas".
Había hecho amistad con el general de división Bernardo Reyes y, al dimitir este alto jefe la Secretaría de Guerra y Marina, le hizo la formal proposición de emplearle en el Gobierno de Nuevo León, por lo cual llegó a Monterrey y despempeñó inicialmente el puesto de Oficial Mayor del H. Congreso del Estado y a la postre la Dirección de la Biblioteca Pública, puesto del que se hallaba encargado todavía al triunfo de la Revolución "maderista", en mayo de 1911.
Un año después, el Presidente Constitucional don Francisco I. Madero le pidió aceptara el cargo de Cónsul General de México en la República de Guatemala y en la hermana nación del sur permaneció hasta la caída y asesinato del señor Madero, repatriándose y permaneciendo en México, dedicado a trabajos masónicos durante el álgido periodo de la Revolución Constitucionalista. Al triundar ésta, presentó al Primer Jefe don Venustiano Carranza un proyecto de formación de la "Legión de Honor" o sea, prácticamente lo que en la actualidad se conoce por "Unificación de los Veteranos de la Revolución". Se necesitó que la época preconstitucional terminara y que la Revolución Social, hecha Gobierno, se percatara de la importancia del proyecto y creara, con los viviles armados supervivientes, el organismo en el cual, sin ísmos y sin banderas, se agrupa a todos los que dieron su contingente para la transformación social, política y económica de la República.
En Monterrey y entre los hombres de significación dentro de la masonería, el coronel don Rafael N_ájera era factor estimadísimo como poeta, como organizador, como intelectual y como "nervio" del credo liberal. En 1920 se supo que aceptaría volver a Monterrey si se le encargaba la dirección de la Biblioteca Pública del Estado y por segunda ocasión, con 80 años a cuestas se le vio animoso y trabajador en el Palacio de Gobierno, atendiendo a mañana y tarde a los lectores de libros y periódicos que iban a consultar el acervo de tan importante centro cultural.
Don Rafael traía consigo tres tomos de poesías completas: "Brisas Otoñales", "Crepúsculos de Invierno" y "Desde el Ocaso". En Monterrey inició una cuarta colección de sus entrevistas con las musas: "Poemas del Alma", pero no le ajustó la vida para terminar ese propósito.
En el crudo invierno de 1925, el 29 de enero, el señor coronel don Rafael Nájera "cubrió el templo" y "pasó al Eterno Oriente". Había vivido más de ochenta y cinco años, agitados casi todos, desde su tierna infancia hasta los de su madurez y senectud.
Su tumba se guarda en el Panteón del Carmen de la ciudad reynera.
Fuente:
"Las Calles de Monterrey", Tomo III, 1970
Autor: Ricardo Covarrubias